Las mismas surgieron en años recientes, sin documentos sólidos que acrediten la injusta condena que se pretende. No surge de historiadores o investigadores serios, y lamentablemente, fue acogida por instituciones comunitarias que no meditaron que con este tipo de información, construida con medias verdades y mentiras intencionadas los antisemitas franceses condenaron a Dreyfus a la Isla del Diablo.
Por Emilio Perina (*)
Carrillo fue acusado de haber sido un admirador de Hitler y el Tercer Reich por el solo hecho de haber visitado Alemania en los años 30. Del mismo modo que Juan Perón fue tildado de fascista por haber viajado a Italia en tiempos de Mussolini. Un reduccionismo absurdo que equivaldría a sostener que cualquiera que haya viajado a China o la Unión Soviética se convierte automáticamente en admirador del comunismo.
La primera obligación de un historiador es poner las cosas en su contexto y no manipularlas en preconceptos. Veamos el testimonio de Historiadores de fuste. Comencemos con uno de mis maestros. Félix Luna quien era contundente, en un editorial de la revista TODO ES HISTORIA, dedicado a Carrillo en febrero de 1977.
Afirmaba Luna: “Fallecido hace veinte años, ahora es posible rescatar lo que tuvo de positivo la acción de Ramón Carrillo, que acaso fue quien logró los mejores frutos del discutido régimen que integro…Pero es curioso que algunas de sus auténticas hazañas sanitaristas, como la erradicación del paludismo, no haya sido publicitada en su época en la medida de la importancia que tuvo. El régimen peronista, que supo montar un avasallador aparato de propaganda, no subrayó la importancia que tuvo esa victoria, que liberó a la población argentina del norte y el noroeste de un tremendo y antiguo flagelo. ¡Extraña mentalidad de los regímenes autoritarios! Magnifican a veces lo minúsculo, y omiten destacar realizaciones concretas y trascendentes, tal vez porque necesitan alimentarse con dimensiones monumentales, despreciando aquello que hace a la vida minúscula de la gente común. Pero centenares de miles de argentinos, aquellos a quienes el paludismo ya no agota, son el testimonio, el homenaje silencioso de la acción de Carrillo, aunque ignoren el nombre de quien la llevó a cabo”.
Concluye Luna, “El peronismo no reconoció a Carrillo la magnitud de su obra y lo eliminó de sus círculos áulicos antes de su derrocamiento; el gobierno que siguió lo investigó y lo calumnió. TODO ES HISTORIA, que no rinde tributo político ni a unos ni a otros, cumple ahora con un deber de justicia, al recordar su personalidad y su gestión con sentido de perspectiva histórica”.
Mas recientemente, el prestigioso historiador israelí Raanan Rein, en una entrevista radial, el 22 de mayo de 2020 sostuvo: “Decir que Ramón Carrillo fue admirador de Hitler por asistir a un acto en 1932 es patético. Carece de cualquier fundamento la afirmación de que Carrillo participó en el nazismo”.
Quien es probablemente el mayor investigador de las relaciones argentino-israelíes, explicó que “Carrillo fue a estudiar becado a Europa en esa época, y en octubre de 1932 parece que presenció un acto en Berlín en el que habló Hitler, pero en ese momento no era canciller y nadie podía imaginarse ni la Segunda Guerra Mundial ni el nazismo. No demostró ningún compromiso con el nazismo”. Ciertamente, podemos afirmar que no se conoce una declaración pública o privada, texto, artículo o libro donde Carrillo manifiesta adhesión al nacional socialismo. Era un nacionalista católico. Como tal, no podía adherir a esa suerte de religión pagana que los nazis planteaban con sus teorías de la superioridad racial.
Rein explicó las razones de ese viaje a Europa. Manifestó que «por su brillante carrera académica, la UBA otorgó a Carrillo una beca de dos años para perfeccionar sus conocimientos en neurocirugía en Europa. Recorrió instituciones médicas en Ámsterdam, París y Berlín. Es probable que en Alemania haya presenciado un mitin con Hitler».
«En 1933 Carrillo ya estaba de regreso en Buenos Aires. En su viaje, logró escuchar la oratoria de un dirigente alemán en sus inicios políticos. En aquel momento la mayoría de la gente no podía imaginar cómo iba a evolucionar la política del nacionalsocialismo a lo largo de los años 30, ni hablar de la Guerra Mundial, sus consecuencias catastróficas ni la hecatombe del pueblo judío. En 1935 Winston Churchill todavía pudo escribir: “Es en este misterio del futuro que la Historia declarará a Hitler como un monstruo o como un héroe”. ¿Eso significa que tenemos que considerarlo a Churchill como tolerante hacia Hitler y el nazismo?», se preguntó.
Rein concluyó que “Me parece bien homenajear a Carrillo: por ser el primer ministro de Salud de Argentina y su lucha contra el paludismo”. Y lamentó que “Los antiperonistas siempre buscan un pretexto para asociar el peronismo con el fascismo».
También el historiador Jorge Ossona recordó a Carrillo hace un par de años en Infobae: “Afrontó con éxito dos brotes epidémicos: el de la viruela en 1947 y el de la peste bubónica dos años después. Su idea de una “medicina social integral” procuraba la instauración del régimen de salud de cobertura universal y gratuita con aportes del Estado, los empresarios y los trabajadores. Pero este proyecto audaz, que contaba con la simpatía del presidente, le ganó nuevas antipatías en el gobierno: a los sectores procedentes de la izquierda laicista que cuestionaban su anticomunismo cerril se le sumaron los sindicatos, que desde el Ministerio de Trabajo propiciaban un proyecto alternativo de obras sociales gremiales inspirado en el mutualismo ferroviario de origen inmigratorio. Comenzó así una prolongada guerra Inter corporativa entre médicos y sindicalistas, ganada por estos últimos en medio de que en los rigores económicos de los 50.”
Por último, conviene reparar en un extenso reportaje al médico sanitarista Efraín Venzaquen, realizado en 2014 por Víctor Ramos. Allí, se reseñó la historia de Ramón Carrillo como la de un héroe y un mártir. Venzaquen recordó que “hay un antes y un después en la historia de la salud pública argentina desde la asunción del peronismo y el nombramiento del Dr. Ramón Carrillo como secretario de Salud en 1946 y elevando la estructura a rango de ministerio y designándolo ministro en 1949”.
Venzaquen explicó que «Ramón Carrillo fue a la salud pública lo que Sarmiento fue a la educación». Nacido en Añatuya (Santiago del Estero), el 7 de marzo de 1906, y fue compañero de Homero Manzi en la escuela primaria. Eso los vinculó más tarde con el grupo de FORJA. Una conexión que lo vincularía con el ascenso del peronismo.
El sanitarista recordó que Carrillo llegó a Buenos Aires en 1924 con sólo 17 años, a los 36 años ya era profesor titular de la Facultad de Medicina, de la que sería decano muy brevemente. Venzaquen evocó que Carrillo se convirtió en «el mejor ministro de Salud de la historia argentina» y por último «murió perseguido, difamado y abandonado en un lejano paraje de Brasil acosado por terribles dolores físicos y del alma».
Perón y el peronismo tuvieron aciertos y errores.
Lo cierto es que Carrillo fue promotor de la creación de un sistema público de salud, que aún hoy no tenemos. Durante su gestión (1946-1954) se crearon cientos de nuevos centros asistenciales, duplicando el número de camas hospitalarias y llevando la asistencia a los lugares donde antes no existía.
Venzaquen evocó el que fuera uno de sus grandes logros: «Pero por sobre todas las cosas intentó planificar las políticas de salud ordenando los recursos y convenciendo a otros actores para que participen en cuanto les corresponda. Así fue que junto al máximo especialista en paludismo, el Dr. Juan Carlos Alvarado, lograron eliminar este mal del territorio argentino. Ante la falta de apoyo de los médicos tradicionales para su estrategia, Carrillo salía a fumigar en un Jeep».
Carrillo mismo explicó entonces: “Frente a las enfermedades que genera la miseria, frente a la tristeza, a la angustia y al infortunio social de los pueblos, los microbios, como causas de enfermedad, son unas pobres causas”.
Las acusaciones de nazismo contra su figura son una nueva canallada histórica. Al tiempo que bordean el peligroso e inaceptable recurso de banalizar el recuerdo del Holocausto, la mayor tragedia de la Historia de la Humanidad.
Al punto que la falsedad de esos cuestionamientos pudo ser advertida cuando el propio nieto homónimo de Ramón Carrillo, quien mostró por Twitter una placa de regalo que se le hizo a su abuelo, en 1954, de parte del propio ministro de Salud israelí. En ella se lee: “A Ramón Carrillo, ministro de la Salud Pública de la República Argentina. Un pequeño recuerdo de la Salud Pública del Estado de Israel. Joseph Berlin. Jerusalem 3-V-1954.”
Lo que es verdaderamente cuestionable del nuevo billete es su bajísima denominación. Al punto que los dos mil pesos hoy apenas superan los cinco dólares, con los costos gigantescos de impresión que ello supone.
La falsificación de la Historia es una fuente permanente de envenenamiento de las relaciones en un país atravesado por grietas, antinomias y odios. La historia debe hacerse sin benefició de inventario, para tratar de entender y no para manipular. Por ello es fundamental desmentir las falaces acusaciones contra quien fuera el creador del sistema sanitario argentino.
(*) periodista e historiador. Ex director del Archivo General de la Nación.
Material publicado en el portal Noti.ar
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